Descubiertas por los occidentales en el siglo XVIII, las Islas Australes están situadas al sur de Tahiti, a 600 km de la capital. El archipiélago está formado por siete islas, de las cuales cinco están habitadas y cuatro sólo son accesibles en avión. Es una tierra misteriosa y preservada donde la arena blanca contrasta con el azul intenso de las lagunas. Las Australes están fuera de las rutas principales y ofrecen una experiencia única y memorable en Las Islas de Tahiti.
Los paisajes son espectaculares, con montañas abruptas, valles y mesetas. Estas islas son conocidas por su actividad agrícola. Numerosos vestigios arqueológicos están presentes en cada isla, prueba de una comunidad preeuropea muy organizada con unas prácticas culturales y religiosas de gran riqueza.
Los acantilados y las cuevas de las Islas Australes son lugares legendarios. Antaño servían de tumbas naturales para los ancianos y en la actualidad desde allí se pueden contemplar los movimientos de las ballenas jorobadas. Presentes parte del año en las aguas frescas de las Australes, las ballenas acuden a dar a luz a estos lugares hospitalarios de agosto a octubre de cada año.
Estos paisajes contrastados combinan bien con la gentileza de los habitantes. Los viajeros podrán visitar unos pueblos pintorescos para descubrir la artesanía de los isleños que viven principalmente de su trabajo. También podrás ver a los pescadores, agricultores y fabricantes de cestas durante su quehacer diario. Es probable que no te marches de estas islas sin un gorro o un cesto trenzado, recuerdo de tu mágica estancia en las Islas Australes.
Las Islas Australes ofrecen una rara oportunidad de descubrir Las Islas de Tahiti bajo una luz diferente.
Las ballenas jorobadas acuden cada año a Rurutu. Vienen entre agosto y octubre para reproducirse en sus increíbles aguas cristalinas. Las madres y sus crías nadan bajo el agua mientras que los machos y las hembras se comunican entre sí ofreciendo a los observadores un espectáculo único.
Numerosos vestigios arqueológicos del período preeuropeo pueden verse en Tubuai. Aunque la mayoría de los yacimientos están ocultos bajo la vegetación y dejados al abandono, algunos de ellos están cuidados y pueden ser visitados. Para conocer estas ruinas pide a un guía profesional o a tus huéspedes que te acompañen. Te contarán las historias de los marae y las leyendas de la isla, para sumergirse en este universo auténtico.
La isla ofrece una magnífica mezcla de espléndidas playas desiertas de arena blanca y fina, una laguna de aguas transparentes, valles llenos de vegetación con plantaciones variadas, picos majestuosos y caminos de senderismo. La tierra y el mar se conjugan hasta el infinito para proporcionar al viajero una experiencia que se quedará grabada en la memoria.
La isla se formó a partir de dos volcanes que crearon un aspecto tan particular de altas montañas rodeadas de acantilados de coral. Esta singularidad de la naturaleza dio nombre a la isla, Rurutu, “la roca que brota”. Las rotas basálticas y un cinturón de piedra caliza crean sorprendentes estalactitas y estalagmitas alrededor de la antigua laguna, en la actualidad un arrecife de coral.
Su clima fresco es propicio para una vegetación exuberante que cubre las rocas de la isla. La carretera sinuosa te permitirá realizar un circuito poético y grandioso, entre inmensas playas de arena blanca, espléndidas bahías y las diversas plantaciones que perfuman el aire. Café, piña, albahaca salvaje o lichis abundan en estas tierras de gran riqueza.
En este entorno preservado, los 2.404 habitantes mantienen sus tradiciones y organizan unos juegos en los que se enfrentan de forma amistosa. En la fiesta del Tere Fa’ati, o vuelta a la isla, participan todos los pueblos de la isla. Los hombres realizan competiciones de fuerza levantando bloques de basalto que llegan a pesar 150 kg. El mejor modo de descubrir los encantos de Rurutu es a través de sus habitantes, como las “mamas”, señoras sonrientes que trenzan durante todo el día sus obras. Los pe’ue o esteras y magníficos sombreros con unas formas delicadas nacen de sus dedos ágiles. Destacan asimismo en la fabricación de los tifaifai, patchworks tradicionales con motivos exóticos que requieren mucho dominio y paciencia.
Por último, no te pierdas el ballet de las ballenas, que atrae cada año a aficionados así como a científicos del mundo entero. Acuden a dar a luz muy cerca de la orilla y los buceadores más atrevidos provistos simplemente de unas gafas y un tubo podrán vivir un momento muy especial con estos gigantes del mar.
Tubuai es la mayor isla del archipiélago y alberga los principales servicios públicos y económicos del mismo. Su arrecife está salpicado por numerosos motu de arena fina, coral o, más inhabitual, de rocas volcánicas. La inmensa laguna representa cerca del doble del tamaño de la isla y ofrece alrededor de 85 km² de diversión en el agua. El clima suave se presta de maravilla para todo tipo de cultivos. En particular, el lis es una de las plantas cultivadas en la isla para la exportación y se extiende hasta el infinito en los campos.
Los primeros exploradores quedaron fascinados por la belleza de la isla. Wallis y más tarde Cook a finales del siglo XVIII apreciaron su vegetación exuberante y sus aguas cristalinas. Sin embargo les pareció impropia para fondear, debido a la gran barrera de coral que rodea sus costas. Un inconveniente que fue visto como una ventaja por los célebres amotinados del Bounty. Conducidos por Christian Fletcher, construyeron el Fuerte George, que todavía existe. Un sitio que hay que visitar.
La isla de Raivavae presenta una gran laguna rodeada por una barrera de coral salpicada por 28 motu. El clima fresco es favorable para el cultivo y los habitantes, repartidos en cuatro pueblos, cultivan el taro, el café, mangos y plátanos.
Raivavae, que significa “cielo abierto”, es un lugar excelente para escuchar los sonidos de las aves marinas, el oleaje y el suave soplo del viento. A menudo considerada la isla más bella del Pacífico, sus paisajes mágicos hacen honor a su reputación de Jardín del Edén. Como si flotase sobre su tesoro verde esmeralda, la isla alberga sorprendentes vestigios del pasado, como un tiki de rostro sonriente. Numerosos objetos se conservan en colecciones privadas o museos occidentales, testimonio de una práctica religiosa y cultural intensa del periodo preeuropeo.
Los habitantes han elegido preservar su isla y han desarrollado un ecoturismo acogiendo a los viajeros de una forma cálida y sencilla. Aparte de la artesanía, Raivavae es la única isla donde pervive la construcción de piraguas cosidas, reforzando la sensación de realizar un viaje fuera del tiempo.
Aunque Rimatara es la isla más pequeña del archipiélago de las Australes, tiene un encanto particular y alberga unas bellezas ocultas. En esta isla circular con una laguna casi inexistente, el tiempo parece haberse detenido. Con tan sólo una pequeña laguna, la isla es uno de los últimos refugios de un ave en vías de desaparición, el lori de Rimatara o vini ‘ura, cuyo plumaje atornasolado ilumina el cielo de la isla. Hasta hace poco, sólo podía accederse a la isla en barco. En la actualidad se puede llegar en avión desde Papeete.
La principal actividad de la población, aparte de la agricultura, es el trenzado, en particular la preparación de hojas de fara pae’ore (variedad de pandano sin espinas) que sirven de material de base para fabricar artículos trenzados.